jueves, 10 de enero de 2013





χαῖρε, soy Herodes Ático, ciudadano de la maravillosa e ilustre Atenas. Me he propuesto escribir este pequeño recetario con el nombre de Deipnon, donde recojo algunas de los platos más exquisitos no sólo de Grecia sino de otros lugares como de Egipto, Persia...

Soy muy querido entre los griegos, además de mis esplendidas aportaciones para las fiestas, soy conocido por haber subvencionado el famoso Odeon.

Pues bien, en mi casa trabajan los mejores cocineros del mundo, y éstos me han hecho viajar a cada continente, deleitar cada uno de sus guisos, sin moverme de mi andron.

Así que, recogeré las mejores recetas para que o bien con ayuda de vuestro cocinero o bien por vuestra propia mano podáis ponerlas en práctica y, lo más importante, degustarlas.

Que Dionisio y su vino os acompañe en este apetitoso periplo!!!!





La comida y los antiguos:



Los antiguos griegos realizaban cuatro comidas a lo largo del día: el desayuno (akrátisma), la comida (áriston), la merienda (esperisma) y la cena (deîpnon).
Cuentan los antiguos que los banquetes surgieron de las ceremonias que se rendían a los dioses. Pues, los ciudadanos, después de hacer los sacrificios -quemaban los huesos de los animales- se comían la carne restante en una especie de banquete público.
Y fue así como los ricos por tradición y por gusto decidieron organizar grandes banquetes en los que asistían desde poetas, cómicos, filósofos, médicos...en ellos se daba pie a bromas, bailes, y densos y entretenidos debates.

Era un lugar ideal donde los jóvenes podían aprender todo tipo de saberes y costumbres.

Al finalizar el simposion, los miembros del banquete abandonaban el andron y salían a la calle, danzando al son de los instrumentos musicales (komastai). Eran serenatas de amor, o algunas más pervertidas...A veces enganchaban, y se dirigían a otro banquete, aunque llegasen a la mitad del mismo. Como es aquella escena descrita por Platón del bello Alcibíades.
De esta manera la fiesta se trasladaba de un espacio privado (andron) a un espacio público (las calles de la polis).

Los griegos son una cultura bien diferenciada el alimento y su cantidad, la bebida que sirven en la mesa. Dicen que los atenienses son muy parcos y tacaños a la hora de servir en los banquetes.

Los sibaritas son conocidos por su gusto por los lujos y refinamiento en la mesa.

Los persas dan mucha importancia a los postres, sirviendo muchos de éstos en las banquetes. Es más, el rey persa, estimula a sus ciudadanos, prometiendo mucho dinero, para aquel que halle algún plato nuevo.

Los tracios y los escitas han pasado a la historia por su loca obsesión y desmesura por la bebida. Estos últimos beben vino puro, sin tener miedo a sus consecuencias.



Los egipcios exceden todavía más a los persas en las cantidades y variedades de alimentos que sirven en su mesa. También, son conocidos por fabricar y beber cerveza. Aunque los reyes egipcios no prescinden del vino en sus mesas, por mucho dinero que les cueste conseguirlo. Cleopatra sirvió un banquete por todo lo alto sólo para ganarse al amor de un romano, Marco Antonio.

Los macedonios son bien conocidos por sus excentricidades en la mesa. Pues, se dice que Filipo siempre llevaba consigo una copa de oro a los banquetes, y la lleva con él a todas partes, e incluso por la noche la guardaba bajo la almohada.

Muchos intentaron ganarse el corazón de Alejandro Magno, y lo hacían de la siguiente manera: Recubrían los postres con oro y luego se los ofrecían.

Los lidios eran un símbolo. para los griegos de lujo oriental. En la gastronomía se demuestra muy bien este hecho, pues fueron los inventores de la salsa especiada, que recibe el nombre de kándaulos, son conocidos por sus famosas salsas que acompañan a todo plato, haciéndolos exquisitos.







Kándaulos: una receta al gusto del rey lidio Creso.





Creso, no sólo fue conocido por los famosos oráculos que le vaticinó la Pitonisa, sino también por tener un buen paladar.
Una de sus recetas favoritas es la que recojo a continuación. Siempre solía comerla cuando tenía el animo decaído. De esta manera, pensaba él, era la chispa que le alegraba el día.

Para cuatro personas:

Ingredientes: 

4 filetes de pechuga de pollo
100g de queso blando de cabra
1 manojo pequeño de albahaca fresca
sal y pimienta
2 cucharadas de aceite de oliva

Elaboración:

Con un cuchillo afilado, haz un corte longitudinal en uno de los bordes largos de cada pechuga de pollo y luego ábrelas para formar una especie de bolsillitos. Divide también el queso a partes iguales entre los orificios e introduzca 3-4 hojas de albahaca en cada uno. Ciérralos y salpimenta la pechuga.

Calienta el aceite en una sartén, añada el pollo y rehógalo 15-20 minutos, dándole la vuelta varias veces, hasta que esté dorado y tierno. Sirve las pechugas templadas, decoradas con una ramita de albahaca.





Thrîon: Albóndigas al gusto de Solón.




Esta receta está para chuparse los dedos. Creo que ya sé porqué Solón fue considerado uno de los más sabios. Sin duda, por su buen gusto en cuanto a comida, entre otras cosas.

Para cuatro personas:

Ingredientes: 

450g de carne magra de cordero, picada fina
1 cebolla mediana
1 diente de ajo, majado
25 g de pan blanco o moreno, recién rallado
1 cucharada de menta fresca, picada
1 cucharada de perejil fresco, picado
sal y pimienta
1 huevo batido
aceite de oliva, para barnizar

Elaboración:

Coloca el cordero picado en un cuenco. Añade la cebolla rallada, el ajo, el pan rallado, la menta y el perejil. Salpimenta generosamente. Mezcla bien los ingredientes y luego agrega el huevo batido y vuelve a mezclar todo para que quede bien ligado. 

Con las manos humedecidas, amasa la mezcla hasta formar 16 bolitas pequeñas e insértelas en 4 brochetas metálicas. Engrasa una bandeja de parilla y unta las albóndigas con aceite.

Precalienta la parilla y asa las albóndigas a fuego medio unos 10 minutos, dándoles la vuelta a menudo, y untándolas más de aceite si fuera necesario, hasta que se doren. Sírvelas con arroz, o dentro de pan de pita caliente. 





Salmón con salsa de limón: un plato a gusto de Pericles.






Pericles, todo un gran estratego, también tenía un plato favorito que pedía con insistencia que le preparasen sus cocineros.
Esta es la práctica pero sabrosa receta que tanto le gustaba.

Para 4 raciones:

Ingredientes:

100 g de mantequilla
2 cucharadas de zumo de limón recién exprimido
sal, cayena molida
6 ramitas de perejil
La ralladura de 1 limón
2 cucharadas de aceite
4 filetes de salmón de unos 200 g cada uno

Elaboración:

En un bol, mezcla la mantequilla con el zumo de un limón y una pizca de sal hasta obtener una espuma. Sazona con cayena.

Lava el perejil, séquelo bien y pícalo. Incorpóralo junto con la ralladura de limón a la mantequilla espumosa.

Fríe el salmón en una sartén tal y como se describe a la derecha y sírvelo con la salsa de limón. Queda muy bien acompañado de ensalada verde.








Charisios: Un dulce remedio de Sócrates.




Sócrates es conocido por ser uno de los grandes filósofos griegos y, también, por no perderse ningún banquete.
Le encantaba acudir a todos ellos y estar bien despierto en la parte del simposion, donde, después de la cena, se da lugar la música, el espectáculo, los bailes y los diálogos filosóficos. Sócrates siempre pedía al cocinero de todo banquete, que en ese momento de la velada, le sirviesen este dulce, pues le mantenía bien despierto.
Sin duda el azúcar contenido en este postre era quizás uno de los motivos que lo mantenían en pie toda la velada y le permitía marcarse algunos bailes.

Para unos 12 pastelitos:

Ingredientes:
100 g de mantequilla
350 g de nueces, picadas finas
1 cucharada de canela molida
1/2 cucharadita de clavo molido
225 g de pasta de filo griega auténtica
225g de miel griega
2 cucharaditas de zumo de limón
150 ml de agua

Elaboración:

Derrite la mantequilla y barniza ligeramente una fuente honda para horno de 25 x 18 cm.

Para preparar el relleno, ponga las nueces, el azúcar, la canela, el clavo en un cuenco, y mézclalo todo bien.

Corta las láminas de pasta filo en mitades longitudinales. Forra la bandeja con una lámina de pasta. Cubre el resto con un paño de cocina húmedo. Barniza la lámina con un poco de mantequilla derretida. Repite el mismo procedimiento con la mitad de las láminas de pasta, y espolvorea por encima relleno de nueces. Tapa con el resto de láminas, untándolas con mantequilla y doblándolas por las esquinas. Con un cuchillo afilado, ves cortando las capas superiores de la pasta filo hasta formar 12 cuadrados o rombos.

Ponlos en el horno precalentado 220 ºC unos 10 minutos, luego reduce la temperatura a 180 ºC y hornea otros 20 minutos, hasta que se doren.

Cuando los pastelitos estén casi listos, prepara el almíbar de miel. Pon la miel, el zumo de limón y el agua en un cazo y deja que hierva a fuego lento unos 5 minutos, hasta que se mezcle bien. Reserva.

Cuando los pastelitos estén hechos, sacalos del horno y extiende por encima el almíbar de miel. Deja que se enfríen. Antes de servirlos, pasa el cuchillo de nuevo por las líneas marcadas para dividirlos en porciones.




Basynías: un dulce de toda una mujer, Gorgo.




Gorgo, ya desde que era una niña, ayudaba a su madre hacer este pastel de nueces para darle una sorpresa a su padre, Cleómenes, cuando regresaba de alguna expedición.
Después, cuando ya era toda una mujer, la realizaba para otro gran hombre de Esparta, Leónidas.

Para 12 personas:

Ingredientes:

115 g de harina de fuerza
1/2 cucharada de canela molida
1/4 de cucharadita de clavo molido
115 g de mantequilla fundida
115 g de azúcar
4 huevos
225 g de nueces, picadas finas
la mondadura y el zumo de 1 naranja
115 g de azúcar blanco granulado
2 cucharadas de brandy

Elaboración:

Engrasa y forra con papel vegetal la base de una fuente honda para horno de 25 x 18 cm.

Tamiza juntos la harina, la canela y el clavo. Pon la mantequilla y el azúcar en cuenco grande, y bátelo todo hasta lograr una mezcla ligera y esponjosa. Añade los huevos, uno a uno, sin dejar de batir. Con una cuchara de metal, incorpora la harina tamizada, remueve, agrega las nueces y vuelve a remover.

Pasa la mezcla a la fuente para horno que has preparado y ponla en el horno precalentado a 190 ºC durante 30 minutos, hasta que suba la masa y adquiera consistencia.

Mientras, coloca el zumo de naranja en una jarra graduada y añade agua hasta alcanzar los 150 ml. Vierte en un cazo, añade el azúcar granulado y la mondadura de naranja, y deja que cueza a fuego lento hasta que se disuelva el azúcar. Lleva a ebullición y deja que hierva hasta que la mezcla empiece a espesarse. Retírala del fuego, añade el brandy y remueve.

Cuando esté lista la tarta, haz orificios por toda la superficie con un pincho fino, y extiende el almíbar caliente por encima. Déjala en la fuente al menos 4 horas antes de servirla.




Plátano empanado: un postre de la elegante Parisatis.




Los persas son bien conocidos por su pasión por los postres. Por ello, he recogido el preferido de la reina persa, Parisatis.
Sus cocineros se esmeraban cada vez más por hacerlos mejor.

Para cuatro raciones:

4 plátanos
1 huevo
50 g de pan rallado
50 g de almendra en láminas
75 g de mantequilla
3 cucharadas de miel

Elaboración:

Pela los plátanos y pártelos por la mitad. Bate huevo en un plato. Mezcla el pan rallado con las láminas de almendra.

Derrite la mantequilla en una sartén. Sumerge los trozos de plátano en el huevo batido y, a continuación, rebózalos con la mezcla de pan rallado y las láminas de almendra. Fríelos con la mantequilla caliente por ambos lados hasta que estén dorados.

Calienta ligeramente la miel en una sartén, déjala que se licúe y viértela por encima del plátano rebozado. Si lo deseas, acompaña el plátano con nata.




Orbiklâta: Manzanas al gusto de Safo.




Safo esparcía lindas metáforas a las jóvenes cuando iban a casarse, comparándolas con las manzanas. Pues, no sabemos si era este motivo, que viene a continuación, o si era otro, el hecho de que le encantaban las manzanas. Tenía un modo de prepararlas que le hacía perder la cabeza con tan sólo pegar un bocado.

Para 4 raciones:

Ingredientes:

150 g de pasas
100 ml de ron
4 manzanas grandes
1 clara de huevo
100 g de pan rallado
2 cucharadas de aceite de girasol
2 cucharadas de azúcar

Elaboración:

Lava las pasas con agua caliente y sumérgelas en ron. Déjalas en remojo toda la noche.

Pela las manzanas, descorázonalas y cortálas en aros. Bate la clara de huevo en un plato y dispón el pan rallado en un segundo plato.

Sumerge los aros en el huevo batido, rebózalos con el pan rallado y fríelos en aceite por ambos lados hasta que estén dorados. Retíralos en una sartén y déjalos escurrir.

Decora los aros de manzana con las pasas y sírvelos espolvoreados con azúcar.




Gratinado de arróz: un postre al gusto de Jerjes.




Jerjes siempre discutía con su esposa por el postre que debían de servir en el banquete. Como  no se ponían de acuerdo, acababan sirviendo dos postres al gusto de cada uno.

Para seis raciones:

Ingredientes:

225 g de arroz de grano largo
350 ml de leche
25 g de mantequilla
4 huevos
75 g de azúcar
1 cucharadita de vainilla
1 cucharadita de ralladura de limnón
1/2 cucharadita de canela en polvo y 1/2 de nuez moscada
75 g de pasas
Mantequilla para el molde.

Elaboración:

Cuece el arroz en agua con una poca de sal. Cuécelo y déjalo enfriar. Es preferible prepararlo el día anterior.

Precalienta el horno a 160 ºC. En un cuenco, mezcla bien la leche con el resto de los ingredientes excepto el arroz, que lo incorporarás al final.

Engrasa un molde para el horno y vierte la mezcla de arroz. Hornea a unos 60 minutos, hasta que la masa haya cuajado. Retira el gratinado del horno y déjalo enfriar unos 20 minutos. Sírvelo caliente. Si lo deseas, puedes acompañarlo de compota de fruta.




La parte más divertida y entretenida en los banquetes griegos era aquella reservada al final de la comida. En este momento, se retiraban los platos, las mesas...y se servían coronas, copas rebosantes de vino, aparecían bailarines o bien los mismos invitados iniciaban alguna conversación filosófica donde cada uno de ellos aportaban su punto de vista: como es el tema de la belleza y el amor.



En el mundo antiguo había toda una creencia sobre el poder mágico de las flores, sobre todo, en lo concerniente a la bebida en el simposion.

Los griegos y los romanos:



Las coronas:

Confeccionaban coronas de todo tipo de flores y colores, no sólo por estética, sino, porque pensaban que éstas tenían propiedades mágicas o beneficiosas. Pues creían que su intenso olor se subía a la cabeza y hacía que se neutralizase o eliminase el intenso dolor o embriaguez del vino.

Brindis de amor:

Tanto los griegos como los romanos eran muy supersticiosos y juguetones con el amor. Habían diversos medios o maneras de demostrar a los invitados o tu amado/a su amor.

Cótabo:

Había un juego especial que se realizaba en esta parte del banquete, simposion, donde por medio de un juego muy sencillo alcanzar el amor de una persona.
Se trataba dar en una especie de diana, tal vez, se tratase de un platito sumergido en el agua, escupiendo el vino que uno había tomado previamente de una copa.
Si el jugador acertaba el premio era un beso de la persona amada.
Fueron muchas las variantes de este juego, que dieron pie a toda clase de modificaciones y complicaciones.

Tragos como letras de la amada:

Los romanos tenían una práctica muy común para demostrar a sus amigos o invitados cuánto ardían por amor por una persona.
Se trataba de hacer tantos brindis como letras tenía el nombre de la amada. La desgracia del amante era tener una pareja que tuviese un nombre larguísimo, pues, acabaría borracho perdido.

Brindis con pétalos de flores:

Marco Antonio, y quizás otros muchos romanos, tenía una manera muy especial de demostrar a su amada, como fue el caso de Cleopatra, que la amaba. Consistía en esparcir algunos pétalos de la corona sobre la copa de vino y luego ofrecérsela  a la amada.

Coronas para tu amante:

Una práctica muy usual entre los enamorados, a parte de poner en las paredes algún graffiti romántico hacia esa persona, era la de colgar en el dintel de la puerta una corona en la misma noche del banquete. De manera que el/la amante, al despertar, y al salir a la calle, se la encontrase sorprendentemente.


Los egipcios:



Los egipcios adornaban sus cabezas con flores, como las guirnaldas, o a veces, un único capullo o una flor abierta, unida a un tocado floral. No sabemos si las usaban también con la misma creencia que los griegos y romanos, o, simplemente por estética.

La flor de loto

Habían ciertas flores narcóticas; el loto azul egipcio. Que solían unir al vino, proporcionándole un mayor efecto sobre el que lo bebía.

Aromas dulces

Los sirvientes ungían las pelucas de los asistentes a las fiestas con un ungüento de olor dulzón. Llevaban una especie de conos sobre las pelucas, fabricados con grasa perfumada, que se derretiría lentamente a medida que se animaba la fiesta.





El vino y sus variantes:







Los antiguos griegos atribuyeron la invención del vino a dos personajes: a Dionisio y Anfictión, diciendo de éste su inventor.
Pero, tuvo mayor aceptación la creencia de que era Dionisio el que regalo a los hombres la vid, premiándoles con uno de los mayores bienes: pues es un gran regalo, si sabe beber con moderación, ya que mitiga y hace olvidar las penas. Pero, si se excede en cantidad puede provocar la muerte.

Por ello los griegos buscaron todo tipo de mezclas y combinaciones para poder disfrutar de esta agradable y mágica bebida.

Los ingredientes con los que lo mezclaban era los cereales, plantas aromáticas, la miel. Pero, la que fue más utilizada y deseada era el agua. Esta combinación se le atribuye a Zeus, que en medio de la noche, a un grupo de hombres que bebían en la playa, hizo estallar una tormenta. Éstos se refugiaron en una cueva  y cuando la tormenta ceso y regresaron a sus puestos, volvieron a beber de la copa y se dieron cuenta que con el agua, podían beber y disfrutar de tanto vino como quisiesen. Por ello, se piensa que esta invención fue cosa del gran y omnipotente Zeus.

Vino puro:

Los griegos detestaban beber vino puro, sabiendo bien sus consecuencias. Únicamente bebían vino a secas, los esclavos, los bárbaros, las mujeres y los escitas.

Demarato, uno de los dos reyes espartanos, paso un tiempo con los escitas y se acostumbro a beber vino puro como ellos.
Cuando regresó a Esparta, hacía toda clase de locuras, como perseguir y herir a los ciudadanos. Lo apresaron por temor a su comportamiento. Acabó mutilándose para poder escapar.
Los espartanos piensan que su rey se volvió loco por haber tomado por costumbre beber a la escita, es decir, vino puro.


El agua:

Como ya hemos referido el agua era un ingrediente idóneo para poder rebajar el vino. Sobre su simple consumo, hay toda clase de opiniones. Desde aquellos que la aborrecen: Melanípides afirma: "todos aborrecen el agua".
Hasta aquellos defensores a ultranza del agua. Píndaro dice: "el agua es lo mejor" y el médico Diocles afirma: "es más digestiva, no produce flatos, refresca con moderación, agudiza la vista, pone la cabeza pesada en menor grado y es estimulante del alma y del cuerpo".
Existía además la creencia de que estaba dotada de propiedades nutritivas y curativas, que producía efectos beneficiosos en el cuerpo, y los partidarios de su consumo la colocan por encima del vino, porque éste ofusca la inteligencia.
Los persas también eran bien conocidos por beber agua. 

La miel: 

La miel, además de ser un buen ingrediente culinario, tanto para platos principales como para postres, también era uno de los ingredientes con los que se podía rebajar el espesor del vino.

Otra de las bebidas que se realizaban con miel era la llamada hidromiel, una mezcla de agua y miel. Bebida reservada, sobre todo, para las mujeres.


Bebidas frutales:

Había toda clase de bebidas hechas a base de frutos macerados y machacados como cidras, peras, membrillos, higos, granadas y otras frutas. Aunque la mayor parte de ellos tenían un uso medicinal, unos pocos se tomaban como verdaderas bebidas, pero, propias de  pueblos bárbaros, caso de los vinos de loto y dátiles.

La cerveza:

Si los egipcios son bien conocidos es por su elaboración y consumo de la cerveza; zytos. Habían cinco variedades de esta bebida.
El consumo de vino estaba reservado a los ricos, o faraones, que eran los que podían costearse comprar vino de Grecia.
Pues las condiciones climáticas de Egipto hacía totalmente difícil el cultivo y mantenimiento de vides. Por ello se inventó una bebida a base de cereales que suplía dicha carencia.

Estaba hecha de cebada y se aromatizaba con diversas hierbas para hacerla más agradable. Se filtraba antes de verterla en las ánforas y para conservarla durante mucho tiempo ser recurría a una infusión amarga con altramuces.

Fue la divinidad Osiris la que enseñó a los egipcios a fabricar la cerveza, esta bebida tan especial.

Por ello se dice de los egipcios que son "comedores de pan y bebedores de cebada"

Los griegos beben cerveza pero, a duras penas. Pues no le es muy grata este tipo de bebida. Está más bien reservada a un uso medicinal.

La Hybris y los excesos del vino.

Es bien sabido que Dionisio dio un fármaco, que podía ser, al mismo tiempo, un remedio o un veneno letal.

Aunque el vino puro era bebido (akratos) con gran parsimonia y sólo en ocasiones especiales, concretamente, en ceremonias rituales, como en los sacrificios, libaciones, o también bajo prescripción médica, se decidió regular por medio de las leyes el uso del vino.

En el S.VII a.C, Zaleuco, el semilegendario legislador de la colonia de Locroi Epizephirioir (Locros), había establecido una pena de muerte para quienes bebían vino puro sin prescripción médica.

Por otro lado, Platón, en sus Leyes, imponía reglas fijadas por la edad; les estaba prohibido beber a los jóvenes hasta los 18 años. A los 20 se les concedía, pero con moderación. Y a los 40 les estaba totalmente consentido "invitar a Dionisio" para ayudarles con la erección del miembro.

El vino y el aceite: principios esenciales para la mesa.

Vino: un don de Dionisio.

Los griegos atribuyen, como ya hemos visto, a Dionisio el don del vino. Dionisio fue fruto de la relación de Zeus con una mortal, Semele.
Mantenía esta relación a ocultas de su esposa, como tantas otras. Pero, la astuta de Hera, pronto dio con este secreto e intento poner a prueba a la nueva amante de Zeus. La estratagema fue la siguiente; Semele nunca había visto a Zeus en su forma habitual, sino que éste siempre se encontraba con ella metamorfoseado. Así que Hera le dijo que esto no era algo natural y que como pareja de Zeus tendría que conocer su aspecto verdadero. 
Así que Semele, totalmente convencida, decide pedirle a Zeus ver su verdadera figura. 

Éste accedió, pero al soltar uno de sus fulminantes rayos la dejo chamuscada. Pero, a tiempo, Zeus pudo salvar el bebe que llevaba Semele dentro y que todavía estaba gestándose. 
Zeus cogió el feto del bebe y lo puso en su pantorrilla, hasta que finalmente dio a luz. Este frágil niño sería el festero Dionisio.

Zeus viendo la actitud de su esposa y las ideas que ésta tenía, decide llevarse lejos de ella a Dionisio, concretamente a Nisa.
Allí será criado por las ninfas y educado por Sileno. Será en este lugar donde conozca la vid y sus diferentes usos. 
Dionisio será un alma inquieta que acompañado por silenos, sátiros y ménades recorrerá las diferentes partes del mundo, exportando y dando a conocer el don de la vid.

Así es cómo la inmensa mayoría de los griegos justifican el origen del vino. Conocían toda clase y variedades de éste: blanco, rojo, seco, ligero, pesado, bajo o alto en cuanto al grado de alcohol.

Los griegos tenían la costumbre de mezclar el vino con agua salada del mar. Ya que de este modo hacía del vino algo más dulce y servía para evitar el dolor de cabeza del día de después, o la ya tan conocida resaca.
Se mezclaba, también, con otros ingredientes como la miel, e incluso se añadían flores para perfumarlo como pétalos de rosa, violetas, cedro, y especias como canela, azafrán.

El aceite y sus diversos usos

Una pugna por la bella Atenas

Cuentan los antiguos griegos que en sus primitivos origenes la tierra de Atenea estuvo disputada por dos grandes dioses: Atenea y Poseidón. Cada uno de ellos, para ganar su puesto, trataban de ofrecer un regalo a sus habitantes.

Poseidón ofrecía el agua en abundancia y Atenea, por su parte, el olivo. Los ciudadanos no lo pensaron ni un instante y se decantaron por Atenea. 

Pues, el olivo permitía extraer u obtener un doble uso: la madera y el aceite, indispensables para cualquier pueblo.

Así es, el aceite era uno de los ingredientes más importantes y más presentes en la vida de los griegos. Lo usaban en la cocina, en los baños, juegos, gimnasios, funerales.

Una manera para conservar las aceitunas y mantenerlas siempre frescas era macerarlas con sal. De este modo evitaban cualquier tipo de corrosión.

La habían de todas clases: blancas, variadas (no del todo maduras, negras.

Sus vendedores (elaiopòles) se colocaban en el ágora desde ya primeras horas de la mañana para exponer y vender sus productos. Una manera de meterse a la gente en el bolsillo era dar a probar y degustar su producto.

El mayor centro de producción de aceite y el de mejor categoría era, sin duda, el Ática.








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